sábado, 21 de junio de 2008

Olvidé decir adiós

Me deleitas con tu soberbia. 109 segundos de charla celulofónica te parecen suficientes por todo el tiempo que me ignoras. ¿Gozamos con ésta tibia anestesia que se apodera de nuestros cuerpos cada vez que rozas mi mano? Yo sí. Charlamos, nos reímos, celebramos la estupidez en sus formas más nítidas, abrazamos la inasible permanencia del otro y me murmuras que así te gusto más: a mis pretensiones les falta el botón de suéter para abrocharse.

-Ya sé porque me gusta tanto hacer esto contigo. Eres…sencilla. Con ropa no te atreverías a portarte así.
-¿Te gusto por que no existen pretensiones? ¿Sin pretensiones sería mejor?
-Sin pretensiones serías aburrida. Pero así también me gustas.

Al final dormimos unas cuantas horas. Al despertar se disipa la niebla que nos permite creer por unas horas que no somos desconocidos: la rutina nos devuelve a la normalidad, ésa normalidad donde no hay vidas compartidas, sólo el eterno retorno a la nostalgia, cuando me siento sin ganas de evitarte.

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miércoles, 18 de junio de 2008

18 de junio, 2007.

Y, sin embargo, existe una barrera entre nosotros que no sólo es física
(yo rehuyendo de tu presencia)

sino psicológica
(tu imposibilidad de revelarte).

Haga lo que haga, no me permites entrever, ni siquiera atisbar, la dirección de tu deseo. Charlamos durante horas, pero como pocos, disimulas todo lo que te ocurre. Tu obsesión es mantenernos a la distancia –a todos los que hemos intentado quererte-. Imponerme tu misterio (o tu silencio). Tus actos son las letras impresas de un texto, y tú, su autor, perteneces a otro mundo.

Las criaturas más tristes no
son aquellas incapaces de amar
sino las que,
como tú,
ni siquiera resisten ser
amadas.

Quizá sólo
ocurre que,
al escribirte,
poco a poco
me libro
de ti.

(Aunque, con sinceridad, creo que me equivoco al pensar que no te tengo a causa de tu ingobernabilidad).

De Jorge Volpi, en El fin de la locura.

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jueves, 5 de junio de 2008

Manual para atrapar un murciélago


¿Hay un murciélago que no lo deja en paz, que lo espía al salir por las compras y mientras lava el baño? ¿Le molesta el batir de sus alas y su carilla puntiaguda? ¿Se ha sorprendido pensando en el nombre que le pondría a su mamífera mascota? He aquí unos sencillos pasos para atraparlo:

1.-Cerciórese qué come el murciélago: insectos, fruta, pequeños roedores, para tentarlo con ello.
2.-Monte la consabida trampa con la comida de preferencia de su alado tormento en el techo, un tanto lejana al refugio del animalillo.
3.-Inspeccione su trampa cada tercer día y vea qué ha atrapado.

¿Ya se dio cuenta de que no funcionará?

Haga lo más sensato; ahuyéntelo.

lunes, 2 de junio de 2008

Del laberinto y menos

No podía salir.

Cada vez que parecía ver el final a través de la niebla me encontraba con obstáculos que me llevaban a adentrarme de nuevo en mis ganas de vomitar. Yo una y mil veces. Y cambié. Sin buscarla encontré la salida del laberinto-en-mi: el cambio delineó mi salida. Me acostumbré tanto a los recovecos del laberinto que en ocasiones los recorro. Ahora que estoy afuera todo se recompone. Lo veo y lo recuerdo, y en ocasiones lo sufro. Pero diferente: lo hago de puntillas sobre la parte más alta, sin adentrarme de nuevo. Me gusta verlo desde arriba. Y saber que he salido, a pesar de que me ha costado un par de amigas, cabellos decolorados, alcohol –mucho alcohol-, algunos cigarrillos, casi toda mi ternura y un poco de femineidad que se desató del cordón que la ataba. Cuasi-libre al fin. Sin aspavientos ni ataduras. Ya no estás aquí para mi, así como tampoco yo lo estoy. Y no te llamaré. Al menos no esta noche.

(A pesar de ello el laberinto sigue aquí, junto a mi cordura y mis ganas de bañarte. También sé que caeré. No espero que se desvanezca, aspiro a aprender a vivir junto a él y junto a su recuerdo).

Dice Lalo que soy la única persona que conoce que resuelve sus asuntos. Que lo hago de formas muy pendejas, pero los resuelvo que es lo importante.

Así que si me encuentras en la calle…sólo verás a una tipa con lentes negros que sabe del laberinto que llevas dentro. Del laberinto y del maldito frío que les golpea la cara.

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