Quiero que alguien me lea hasta dormirme. Joder escuchando Jacqueline, de los Franz Ferdinand. Besar los ojos, la nariz, la frente, el pequeño territorio de las sienes. Dar y esperar (mi piel se corroe). Cruzar los ríos de coches sin pensar, sin prisa. Conocer el límite de la paciencia. Ver llorar. Encontrar ese pueblo metafísico donde el mundo se alejó (el cual, evidentemente, no tiene existencia real). Recorrer librerías un buen rato de la tarde. Acostarme en el pasto y dormir. Hacer empanadas de queso (ésas me salen bien). Estudiar con descansos. Beber café hasta la ansiedad. Fingir que aprendo el vericueto de los videojuegos. Nadar, nada-dar. Pasarme un día sin discutir idioteces. Gritar lo que he guardado y ya ni recuerdo. Decir que adolezco. Romper todo y remendarlo. Aventar piedras al río, subir las pirámides. Pasear en
Sentir en mi paladar que ya no estás, todo lo que alguna vez deseé ya nunca fue. Amarrar todo lo no-cum-pli-do y que se lo trague el pozo de los deseos. Cuando alguien tire una moneda y pida algo del atadillo, brote y deje su condición de deseo, se convierta en algo real. Que funcione para alguien más.
Algún día me borraré de esa lista. Creo que serás una mejor persona, y te darás cuenta mucho después de que haya pasado. Me habré acostumbrado a la rudeza de los ciclos, será olvidado lo que no pasó, sólo quedará el whisky, el chocolate, las tardes no lluviosas y me alegraré porque eres feliz.
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