domingo, 12 de octubre de 2008

Hace unos cuantos días oí bajo mi ventana -que está en el segundo piso- el inconfundible sonido de apareamiento y/o ardor que emiten los mariachis. Me puse los lentes, una diadema y abrí la cortina (ya que albergaba en alguna partícula de mi ser el deseo de que fuera para mi, aunque la hora fuera incoherente -9.20 am, aprox-).
Y predeciblemente no, no era. Llevaban entre cuatro personas un féretro, en una suerte de procesión, y habían decidido a pararse bajo mi ventana a tocar una canción. Por alguna razón me sentí parte de la escena: nadie lloraba, tan sólo los cargadores se veían cansados. Hace mucho que no asisto a un entierro, y allí estaba yo, fascinada con la música y extrañada de asistir al último viaje térreo de ese desconocido (e increíblemente, sigo sin recordar qué canción tocaban, pero estoy segura que no la tengo).
Terminó la canción y siguieron su camino.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio